August 14, 2001

Suiza: El fin de los buenos tiempos

Luis Julián Salas Rodas

Sociólogo
Especialista y Magister en Ciencias Sociales 
Magister en Ciencias de la Educación
Director Ejecutivo de la Fundación Bien 

julius34@une.net.co
bienhumano@une.net.co
www.bienhumano.org


Alrededor de 8.000.000 de personas viven en un territorio de 42.295 km2, situado en el centro de Europa. Los suizos, los extranjeros residentes y los turistas disponen para su disfrute de hermosos paisajes alpinos: nieve en las altas montañas, ríos y lagos sin contaminación, verdes praderas, frondosos bosques colindantes con los jardines de las casas y un aire libre de soma. Desde mucho antes que la ecología se convirtiera en moda o en un imperativo de gobierno, los suizos han preservado con esmero y orgullo los atributos geográficos con que los doto la naturaleza. Este hábitat privilegiado es parte esencial de la calidad de vida de los ciudadanos helvéticos, pero así como de pan solo no puede vivir el hombre, de solo paisaje no puede vivir un país. La estabilidad política, el pleno empleo, una planificación rigurosa, una disciplina colectiva, el orden y la limpieza, junto a un crecimiento económico sostenido durante décadas dieron a sus habitantes la garantía de un futuro asegurado donde no había lugar a la incertidumbre y a sorpresas desagradables que perturbaran la tranquila cotidianidad de una vida plena y feliz. La única preocupación que les hacia temer la pérdida del paraíso era el temor de ser invadidos, militarmente, por alguno de sus vecinos. Para sentirse seguros hicieron de cada ciudadano un soldado dispuesto a morir en nombre de la patria; un soldado que aún guarda su uniforme, el fusil y la munición en los armarios de su casa. Los suizos, que todo lo anticipan, fallaron en sus previsiones. La perturbación no provino de la milicia extranjera sino de los efectos de la globalización y de las nuevas megatendencias mundiales.

Las reglas de juego cambiaron y con ellas el escenario de su inserción económica internacional. El primer campanazo lo propinaron los japoneses al quebrar, con sus relojes de cuarzo, la tradicional relojería mecánica suiza. Esta situación les hizo caer en cuenta de que con solo relojes, chocolates, quesos y encajes no podían generar las divisas indispensables para mantenerse; que era menester, para un país sin materias primas estratégicas, invertir más en formación de capital humano, en investigación científica, en desarrollo tecnológico y en valor agregado a los productos. Sin embargo, la competitividad, eficiencia y liderazgo alcanzado en sectores como los alimentos, la informática, la robótica. la electrónica, la química farmacéutica y las finanzas no han sido suficientes para mantener la prosperidad económica y social del país. La cifra más significativa es un desempleo del 8% de su población económicamente activa; significativa por cuanto tuvo tasas de desempleo de menos del 1% correspondiente a una economía de pleno empleo.

La tragedia del desempleo y otros males

A diferencia de los austríacos, donde el valor supremo reside en el buen beber y el buen comer, para los suizos el trabajo es el valor que confiere sentido a la vida, autoestima y un status de respeto y dignidad hacia la familia y la sociedad. Un ejemplo de lo anterior son aquellos suizos que habiendo perdido su trabajo no cuentan, por pena, de su situación a familiares y vecinos. Con su portafolio de papeles salen y regresan de la casa, todos los días, como si estuvieran aún trabajando para pasar las horas en algún lugar público.

Para el desempleado el impacto económico de quedarse sin trabajo no es inmediato por cuanto el sistema de seguridad social le paga, mensualmente, el 80% del último sueldo si es casado o el 70% si es soltero. Durante ese tiempo el cesante debe reportar al estado la búsqueda de un empleo. Como no siempre el puesto a ocupar tiene la misma remuneración del anterior, la persona prefiere reclamar el seguro de desempleo hasta el final de los dos años. Al igual que el resto o de Europa occidental son los jóvenes y los mayores de 40 años los más afectados por el paro.

Lo que empieza a inquietar a las autoridades cantonales es la provisión de fondos suficientes para pagar puntualmente el creciente número de desempleados. En la actualidad el mayor anhelo de un trabajador o empleado es el de conservar el empleo, pero lo cierto es que nadie se lo puede garantizar...

Para mantener la competitividad y los mercados es indispensable reducir al máximo los costos fijos de una mano de obra costosa. Es así como Suiza no ha sido ajena a las políticas de despidos masivos de personal y a procesos de fusión y absorción de entidades. A finales de 1997 se fusionaron los dos bancos más grandes de l país lo que implico el recorte de 8.000 empleos.

Las familias suizas han sentido en los últimos años un descenso en su nivel y calidad de vida. Si bien la moneda sigue siendo fuerte no pasa lo mismo con los ingresos, los cuales ya no permiten disponer para ahorros y consumos suntuarios. El precio de muchos productos y servicios de la canasta familiar es más elevado en Suiza que en países vecinos como Austria, Alemania o Francia. De ahí que muchas familias hayan tomado la costumbre de ir a mercar a las ciudades fronterizas, como una manera de hacer rendir el presupuesto y no tener que reducir consumos. La mayoría de los alimentos producidos en suiza son entre dos y tres veces más caros que en dichos países, a pesar de los cientos de millones de francos que el gobierno federal destina al subsidio de las actividades agrícolas. Este hecho es un factor de peso para la no entrada de Suiza al mercado común europeo. Los campesinos se oponen y han dado siempre su voto negativo en las votaciones generales.

Otro efecto colateral de la crisis es la disminución en el valor de la propiedad raíz. El mercado de bienes inmuebles viene en recesión y esto se ha reflejado en un menor precio de las propiedades al momento de la venta; y no es que sea malo que bajen los costos sino que la gente no tiene ya la suficiente capacidad de compra para aprovechar la rebaja. Los mayores perjudicados han sido los bancos quienes, por el sistema de hipotecas, son los verdaderos dueños de los inmuebles urbanos y rurales.

Fin al mito del secreto bancario

El sector bancario suizo mantuvo su vigencia y sigilo hasta el período de finalización de la guerra fría. En la última década su imagen y credibilidad se vio afectada por la aparición de escándalos financieros del lavado de activos provenientes del narcotráfico y el comercio de armas. El reciente asunto de la retención ilegal del oro y dinero depositado por los judíos víctimas de los nazis en los bancos de la confederación erosionó la reputación y lastimo la sensibilidad tanto de la opinión publica como del gobierno hasta el punto de aceptar los hechos y constituir un fondo de compensación para los familiares sobrevivientes del holocausto nazi. La banca suiza también ha tenido que enfrentar una agresiva competencia de otros centro financieros emergentes internacionales que ofrecen iguales o mejores ventajas a depositantes e inversionistas. El secreto bancario siempre ha sido un tema embarazoso que los suizos prefieren evadir o ignorar No tranquiliza la conciencia saber que una parte del bienestar y de los empleos provienen de los dineros mal habidos del resto del mundo consignados en “cuentas numeradas”.

Los extranjeros: un mal necesario

Durante los años cincuenta y sesenta Suiza propicio la inmigración de trabajadores extranjeros. Españoles e italianos respondieron al llamado y hoy muchos de ellos, los que se quedaron, tienen la ciudadanía y están asimilados culturalmente. El problema lo presentan personas de otras nacionalidades como los yugoslavos, los turcos, los africanos, Arabes, asiáticos y latinoamericanos. La mayoría no tienen un empleo fijo, ni se integran a las costumbres del país. Aproximadamente el 20% de la población es de origen extranjero pero en muchos pueblos y barrios el porcentaje alcanza el 50%. Este aumento de los extranjeros ha polarizado la opinión publica y radicalizado un sector que ve en ellos la causa del deterioro económico y social del presente, y que propugna por su expulsión o el establecimiento de leyes que restrinjan su permanencia. No es fácil para el gobierno federal hallar el justo medio entre las demandas de protección de sus ciudadanos y el mantenimiento, ante el resto del mundo, de una imagen de tolerancia y respeto por el asilo y los derechos humanos. El ciudadano del común siente enojo por las prebendas que el estado da a los asilados políticos ya que mientras ellos pagan sus impuestos y ven reducidos sus beneficios sociales éstos últimos viven con todas las comodidades y exigen una atención preferencia. Causo indignación el asesinato de una funcionaria pública, de la ciudad de Lucerna, a manos de un asilado que reclamaba el pago de su mensualidad.

En las escuelas los maestros se ven enfrentados al manejo de hechos de violencia nunca antes vividos como las peleas con armas y la extorsión sobre los niños suizos por parte de niños extranjeros. Difícil determinar que tanto del deterioro social, de la basura en los parques, del vandalismo, de la drogadicción, del robo a las casas, a los almacenes y a las ancianas que salen de los bancos son imputables a los extranjeros. El aumento de la xenofobia no es conveniente para un país que obtiene ingresos considerables por el turismo y la hotelería. ¿Qué sería de este país sin los miles de turistas que vienen todos los años a vacaciones? ¿Y que harían los dueños de hoteles y restaurantes sin los cientos de trabajadores extranjeros necesarios para atender como se debe a los exigentes huéspedes y comensales?

Replanteando el futuro

No circulan vientos de optimismo entre los suizos por cuanto se sienten perturbados por la pérdida de su tediosa pero amada tranquilidad; aun permanecen en un estado de asombro y negación. No hallan una respuesta satisfactoria al por qué del estado de desasosiego generalizado y quizá por eso mismo se resisten al cambio y lo ven más como una amenaza que como una oportunidad. Las reformas y ajustes institucionales son tímidos. Quieren conservar, a toda costa, lo mejor de su pasado: la estabilidad política, el pluralismo, la democracia, la tolerancia, la diversidad lingüística y cultural, la autonomía de los cantones, la neutralidad internacional y la prosperidad económica. Lo que más anhelan es poder recuperar su tranquilidad y la fe en un futuro sin sobresaltos.

Muchas naciones quisieran para sí la mitad de los logros suizos en cuanto desarrollo humano y calidad de vida. Es de entender que no es fácil renunciar, sin sacrificios, a todo lo que significo paz, orden, progreso y seguridad. ¿Cómo renunciar, sin dolor, a no seguir siendo considerado el país más civilizado de Europa y con la renta per cápita más alta?

La obstinación proverbial del pueblo suizo tendrá que ceder ante las nuevas realidades que trae el siglo XXI. El aislamiento y la negación no son salidas viables para afrontar el desafío. Hay mucho que admirar y aprender de los suizos. Su tarea es lograr un reacomodo, un nuevo rumbo que guíe su desarrollo y su destino en un mundo donde ya no es posible asegurar nada de por vida y para siempre. Por supuesto que necesitamos seguir contando con el sabor exquisito de sus chocolates, de sus quesos, de sus finas navajas y encajes, de sus innovaciones científicas y tecnológicas, de su le hospitalidad, y de sus bellos paisajes y encantadoras ciudades.

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